INTRODUCCIÓN
El
movimiento monástico en la historia de la iglesia consistió en la glorificación
del aislamiento de este mundo. Aquellas personas que huían hacia los claustros
estaban buscando refugio de las influencias nefastas de esta sociedad maligna.
El monasterio era un puerto seguro para quienes buscaban la pureza espiritual.
Hubo
muchas personas que ingresaron en la vida monástica para seguir una vida de
oración o de devoción espiritual. Para otros, fue una oportunidad para
dedicarse al estudio en reclusión.
Pero
había un elemento en el monasticismo clásico que hoy está ausente en el
neo-monasticismo: la devoción hacia la erudición teológica.
Cuando
hablo sobre el neo-monasticismo, hago referencia a la tendencia presente en
algunos evangélicos de "abandonar" este mundo. Estoy describiendo
tanto una actitud como un estilo de vida. Se trata de un tipo de negación del
mundo que implica muchísimo más que un rechazo a la mundanalidad. Implica un
rechazo al mundo como el ruedo principal donde se desarrolla la actividad
cristiana. Restringe la actividad del cristiano a un gueto espiritual. Incluye
un rechazo voluntarioso del estudio de cualquier cosa que no sea claramente
"evangélica".
Recuerdo
mi segundo año de vida cristiana. Estaba en mi segundo año en la facultad y
durante una clase sobre filosofía occidental toda mi alma fue sacudida. El
profesor estaba disertando sobre un ensayo escrito por San Agustín. La
disertación abrió mi mente a todo un horizonte nuevo de entendimiento del
carácter de Dios. Por ser un cristiano joven deseaba profundizar en mi fe. La
obra de Agustín y de otros como él me parecía ser de enorme ayuda hacia ese
fin.
Decidí
cambiar de carrera para graduarme en filosofía en lugar de Biblia. Cuando hice
dicho cambio fui casi expulsado del conjunto de evangélicos en nuestra
universidad. Mis amigos estaban escandalizados por mi aparente apostasía. Perdí
la cuenta de la cantidad de veces que me citaban el versículo de Colosenses
2:8, "Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas
sutilezas”.
La
reacción de mis compañeros me confundía tanto como me dolía. Había decidido
estudiar filosofía para fortalecer mi conocimiento de Dios, no para
debilitarlo. Aunque ya no estaba en el curso de Biblia, esto no significaba que
había rechazado a la Biblia o que había dejado de estudiarla. No podía caber en
mi cabeza cómo era posible estar preparados para evitar ser engañados por algo
sin antes haber tomado conciencia sobre qué consistía ese
algo. Mis estudios de filosofía secular sirvieron para acrecentar mi aprecio
por las profundidades y las riquezas encerradas en las cosas reveladas en las
Escrituras. Y además me proporcionaron un entendimiento de las herramientas
cruciales para la tarea cristiana de apologética. Nunca se cruzó por mi mente
que debíamos abandonar al mundo para dejarlo en manos de los paganos.
El
neo-monasticismo engendra la ignorancia no solo de la cultura y de
las ideas que conforman nuestra fe, sino
también la ignorancia de la teología. Demuestra más una falta de
fe que una fortaleza de fe.
Los
efectos del neo-monasticismo son catastróficos. Al tomar la retirada y no
comprometernos con el mundo hemos sufrido la derrota por omisión. Nos agarramos
la cabeza al contemplar la secularización de la cultura estadounidense y nos
preguntamos cómo puede ser que haya sucedido.